Yo no estaba preparado para la pandemia. Tuve la enorme suerte de no perder a ningún ser querido, pero el costo en salud física y emocional fue muy alto.
Pero también la pandemia me dejó muchos regalos y aprendizajes.
¿Cuáles fueron mis pérdidas?
Mi primera pérdida fue el ejercicio. Antes de la pandemia iba al trabajo diariamente en bicicleta, por lo menos hacía una hora y media de ejercicio todos los días. Ademas, los fines de semana salía a escalar o a hacer senderismo. No estaba listo para levantarme temprano y salir a dar una vuelta en bici antes de empezar el día, ni para hacer ejercicio en casa con videos de YouTube o de alguna otra aplicación.
La segunda pérdida, y creo que el efecto más grave que en mi vida tuvo la pandemia, fue la soledad. No sólo dejar de ver a mi familia y amigos, sino también disfrutar con mis colegas de trabajo y visitar a mis clientes. Iniciaba a las 8 de la mañana y terminaba a las 8 de la noche con una hora para comer. En todo ese tiempo mis interacciones eran por teléfono o videoconferencia. Terminaba los días exhausto, ansioso y deprimido. Y Netflix comenzó a adueñarse de mis noches.
También, entre el 2019 y el 2021 tuve una de las peores crisis profesionales y sufrí burnout por primera vez en mi vida. Por un lado tuve la oportunidad de estar a cargo de un equipo interdisciplinario de médicos, expertos en datos y salud organizacional. Una de las experiencias más gratificantes y sin duda más retadoras. En esos año el área logró un crecimiento, transformación y reestructuración muy necesaria. Pero mientras acompañamos a muchas organizaciones a mejorar su salud y bienestar, internamente los conflictos y las presiones tuvieron un impacto muy negativo en muchos de nosotros. "En casa de herrero, cuchara de palo".
"La vuelta a la normalidad" de la que tanto hablábamos no llegaba. Primero pasaron algunas semanas, después meses y años, y ahora me doy cuenta que nunca volveremos. Que la normalidad se disipó. Creo que esa espera, ese "ya casi" fue el más mortal, porque mientras esperé a que las cosas volvieran a ser como fueron, perdí la capacidad de aprovechar el presente y cambiar.
En resumen, no fui resiliente. Pero, aprendí muchísimo.
El aprendizaje
A pesar de lo difícil que fue, nunca antes había apreciado tanto mis relaciones cercanas. Mi esposa vivía en el extranjero y tuvimos la suerte de que yo pudiera pasar varios meses en su casa y luego volver a la mía. La pandemia detuvo nuestros planes de casarnos e irnos a vivir juntos, pero gracias al home office podía vivir con ella y mantener mi trabajo en México. Esos momentos de cercanía durante la pandemia, de salir a caminar juntos, de trabajar juntos en casa, de cuidarnos, de cocinar nos acercaron y nutrieron. Nos sentimos apoyados y agradecidos de estar sanos y juntos.
Un regalo que no me esperaba fue cómo cambió mi relación con mis padres. Por primera vez me vi con la responsabilidad de cuidarlos. El miedo de que contrayeran COVID y fallecieran era alto y mi preocupación por perderlos de pronto se convirtió en una realidad. Aunque en ningún momento enfermaron, sí me di cuenta que los años pasan y tenerlos cerca es invaluable. Me importaba más hablarles, preguntarles cómo estaban, escucharlos.
Y con mis dos amigos más cercanos la relación también cambió para mejor. Mi mejor amiga era mi vecina y podíamos platicar en el patio o en la azotea, ponernos al día, tomar un cafecito. Aunque no tuviéramos mucho tiempo durante el día, nuestra relación se volvió más espontánea y siempre sabíamos que el otro estaba ahí. Poco a poco fue disminuyendo la ansiedad, la depresión y el estrés durante la pandemia.
A mi mejor amigo lo convencí de que estar en contacto por chat, aunque él al principio me dijera que le hartaban mis telegramas, se volvió una rutina diaria de desahogo, de compartir memes y música, de hacer planes, al fin, de estar cerca. Ahora que ya podemos viajar y vernos, vinieron él y su familia a visitarnos por primera vez y pasamos una de las semanas más ricas con ellos y su pequeño hijo.
El inicio del fin
Después de mucho esperar, mi esposa y yo nos casamos. Habíamos estado esperando que la pandemia acabara para tener una boda grande con todos nuestros seres querido pero decidimos hacer algo pequeño, con los más cercanos. Organizamos todo en un par de semanas. Mis suegros nos ofrecieron su casa, mis papás la comida. Ya todos estábamos vacunados y el día fue perfecto, sin lluvia y soleado. Poco tiempo después conseguí mi visa y ya podíamos por fin vivir juntos.
Renuncié poco después a mi trabajo, dejé atrás el burnout, las largas jornadas pegado a la computadora y la presión de que todo es urgente e importante. Me asocié con uno de los consultores en liderazgo que siempre admiré y me enseñó. Hoy tengo a mi lado un gran mentor, un socio en quien confío plenamente y una relación que estoy seguro se convertirá en una larga amistad. Él es de la edad de mi padre y yo de uno de sus hijos. Una rica mezcla de generaciones.
Sólo con estos dos hechos los efectos del burnout han ido despareciendo. El sentimiento de agradecimiento por las dificultades y retos de mi trabajo pasado, por los conflictos laborales y las presiones, me ha hecho entender que la resiliencia no es cuánto aguantas, sino cómo creas un ambiente en el que puedes florecer.
Poco a poco, paso a paso con cambios pequeños, como dice BJ Fogg en su libro Tiny Habits he bajado de peso, recuperado mis salidas en bicicleta y he vuelto a escalar.
En resumen, la pandemia fue un tornado. Deshizo nuestra normalidad, acabó con vidas, cambió la estructura de nuestras vidas, relaciones y trabajos. Y como con toda recuperación con sus dolores y retos, me siento más fuerte, más asombrado y más positivo. Al final, lo que más importa en esta vida es crear una comunidad fuerte a mi alrededor, una que me rete pero al mismo tiempo me mantenga seguro y feliz.
Comments